En esta sociedad enfermada por el virus del “vacío emocional”, imperada por el patriarcado, donde te hacen creer que eres tú la que elige, es imprescindible una revolución que ponga lo femenino en el centro. Esta es la conclusión a la que llegué ya hace muchos años y, desde que soy madre, me siento aún más responsable de esta necesaria revolución.
Lo femenino no es propiedad exclusiva de las mujeres. Lo femenino, igual que lo masculino, está presente en todos los seres humanos, sin distinción de sexo u orientación sexual. Desgraciadamente la mirada del género masculino hacia la vida y todo lo que en ella ocurre, perdió, hace milenios, el contacto con lo femenino presente en él. Desde esta pérdida de conexión entre las dos polaridades, se empezó a engendrar la misoginia y el patriarcado. Estos dos conceptos se fueron anidando poco a poco en casi todos los modelos culturales hasta llegar al día de hoy, donde de forma más o menos visible, todo el mundo alimenta, quizás sin saberlo, ciertas creencias machistas y patriarcales (incluídas las mujeres). En este marco social las madres de hijos varones tenemos un gran reto, educar a nuestros hijos a lo femenino.
Cuando hablo de educarlos a lo femenino no me refiero simplemente a que descubran y entiendan los procesos fisiológicos de las mujeres, me refiero más bien a que entiendan la coexistencia interna de estas dos polaridades, las bonitas características de ambas, las cuales permanecen distintas pero se complementan, se enriquecen mutuamente y muy a menudo se necesitan para evolucionar.
También los padres, como referentes masculinos que son, tienen su importante papel en este cambio pero, a mi entender, las madres tenemos la función de acercar a nuestros hijos varones a lo femenino empezando por naturalizar todos los procesos exclusivos de la mujer: menstruar, parir, lactar.
Hay que transmitirles desde la naturalidad de lo cotidiano, desde nuestra vivencia y desde nuestra relación con nuestro cuerpo de mujer. Obviamente esto requiere cierto trabajo personal, requiere por ejemplo haber sanado ciertas heridas y haber superado ciertos tabúes, haber hecho las paces con nuestro cuerpo de mujer, quererse y respetarse más, empoderarse… solo desde aquí nos será posible dar, educar y transmitir con naturalidad.
La regla llega cada mes y trae consigo bonitas oportunidades. Cada mes tenemos la oportunidad que nuestros hijos varones nos hagan preguntas, cada mes tenemos la oportunidad de explicar las maravillas del cuerpo de la mujer, cada mes tenemos la oportunidad de educar en la ciclicidad femenina, en las distintas funciones biológicas de los dos sexos y en la belleza de la diversidad. También puede ser una buena oportunidad para hablar de la intimidad, de los cambios de humor que tenemos la mayoría de las mujeres a lo largo de todo un ciclo, de la necesidad de estar un poco más aisladas quizás, de la necesidad de soledad que a veces nos invade etc. etc.
Si cada mes nos escondiéramos, cerrando metafóricamente, y no tanto, la puerta del lavabo ¿Cuántos aprendizajes mutuos nos perderíamos? ¿Cuántos más hombres ineducadoshabrían en futuro? Necesitamos más hombres sensibilizados y conectados con su femenino interno.
Hace tiempo me impuse un “regreso a la condición mamífera” donde todos los procesos del cuerpo se viven y perciben como normales y me dije a mi misma: “Delante de tus hijos no escondas tu sangre, porqué no es sangre de muerte es sangre de vida”. Mientras que por un lado seguimos trabajando para hacer realidad una transformación social y política que ponga, de una vez por todas, a las mujeres al centro, desde nuestro propio hogar podemos mover grandes revoluciones, que aseguren a los humanos no solo seguir proliferando como especie, sino sobrevivir pacífica y amorosamente.