En la cultura judeocristiana las mujeres que menstruaban tenían la costumbre de pasar unos días alejadas de los hombres y de todas las actividades de la vida cotidiana, en la llamada tienda roja.
La tienda roja era un espacio físico circular, hecho con pieles de animales, donde una vez al mes todas las mujeres de la tribu que menstruaban coincidían al menos durante un día.
Esta tienda estaba cargada de energía femenina, aquí se efectuaban rituales de iniciación cuando una niña menstruaba por primera vez, aquí las mujeres daban a luz en postura vertical, acompañadas y apoyadas por las otras mujeres de la tribu y después del nacimiento se quedaban allí, mimadas y «alimentadas emocionalmente» por las demás con la única obligación de nutrir sus criaturas hasta plena recuperación.
En la Tienda Roja la sangre no era símbolo de impureza, sino algo que formaba parte de la normalidad y de la esencia misma del ser mujer.
La parte femenina de la tribu no estaba fragmentada sino unida por un único elemento: la sangre … La sangre de la menarquia, la sangre del parto, la sangre de los loquios del puerperio, la sangre cíclica y regeneradora de la regla, la sangre invisible que sale en forma de sabiduría durante la menopausia. Todo giraba alrededor de la «ciclicidad» de la naturaleza y de la vida, de las hormonas femeninas y de la sangre … Este fluido corporal, elemento que los hombres rechazaban, por lo que alejaban las mujeres, se convirtió en un gran factor de cohesión y motivo de auto exploración interna y descubrimiento del poder femenino en su sentido más amplio.
En esta tienda, teñida de rojo, las mujeres hacían lo que mejor sabemos hacer … charlar, charlar y charlar y así, de forma natural y espontánea, se transmitían el saber ancestral femenino.
Gracias al hecho de estar en círculo y al efecto espejo que el círculo genera, aprendían a conocerse íntimamente, a compartir, a quererse, a respetar la diversidad de cada una, a aceptarse entre ellas.
Esta era la tienda donde las historias y las leyendas tomaban vida, donde las canciones y los bailes acompañaban el hilar de la lana.
En esta tienda aprendían el sutil lenguaje de las emociones y del silencio, aprendían a parir, a ser madres. Aprendían como comenzaba el ciclo de la vida y también como se acababa, acompañando la muerte como si fuera un nacimiento más.
No existía jerarquía entre ellas sino una forma de autogestionarse desde la igualdad, desde la «matri-linealidad».
La tienda roja, impregnada de olores femeninos, guardaba los secretos más íntimos de los corazones de todas las mujeres que, durante muchos siglos, le dieron vida.
La cultura judeocristiana es una cultura relativamente reciente si pensamos en la historia de la humanidad en su conjunto, pero sus raíces son profundas y algunas ramas jóvenes llegan hasta los días de hoy.
Esta cultura la encontramos descrita en muchos manuscritos antiguos y principalmente en la Biblia. Cuando hablo de cultura hablo de todo lo que gira alrededor de la vida de un pueblo y de todo lo relacionado con lo cotidiano y sobre todo no hablo de religión sino de creencias y prácticas espirituales.
Podemos afirmar con toda seguridad que la cultura judeocristiana es la cultura de la que provenimos la mayoría de los europeos. Aprovecho para remarcar que las costumbres y los hábitos de la cultura judeocristiana influyeron en las tradiciones de los primeros cristianos. Cuando en la época romana el cristianismo se declaró oficialmente religión de estado, las prácticas religiosas judeocristianas se esparcieron masivamente por todo el imperio y se mezclaron, «contaminaron» y enriqueceron con las costumbres autóctonas de cada región. Sucesivamente la religión cristiana fue olvidando, poco a poco, sus raíces judías y se volvió cada vez más rígida, estructurada, piramidal, prohibitiva y patriarcal … Desde que la religión cristiana, en la época romana, se impuso como «religión-política», comenzó una desconexión fuerte con las raíces primordiales de esta cultura donde las mujeres tenían mucho más «poder» de lo que pensamos … al menos eso es lo que siento. Mucha información se tergiversó, nos llegó distorsionada, a medias …
Metafóricamente hablando, en algún momento de la historia las mujeres salimos de aquella tienda roja y nos alejamos de todo lo que aquella tienda representaba …
Por suerte, desde hace unos años, por todo el mundo se van creando espontáneamente cada vez más círculos de mujeres, de madres, grupos de ayuda entre iguales.
Las mujeres hemos finalmente escuchado la llamada de nuestras ancestros, hemos decidido volver a dar vida a la tienda roja, hemos decidido volver a llenarla de luces, canciones, olores y sentimientos … qué alegría!
El descubrimiento de nuestras necesidades reales, como personas y como mujeres, nos hace más respetuosas con nosotras mismas y con nuestro entorno y sobre todo nos hace más libres … Libres de decidir qué es mejor para nosotros. Libres de elegir entre las diferentes opciones que tenemos. Libres de ser protagonistas y responsables de nuestra vida. Libres de sentirnos mujeres completas, vivas, mujeres capaces de disfrutar en todos sus matices, capaces de ver y vivir la feminidad y la maternidad desde una nueva perspectiva auténtica y no desde el razonamiento sino desde el sentir.
Que el rojo os acompañe.
Con amor Marina Rinaldi